Pequeña
historia del favorcito que todos pedimos algún día
Por Carmen Alarcón Collignon"El favorcito"
© Carmen Alarcón collignonCopyright
Era aún una niña, me encantaba subirme al árbol del hule que estaba afuera de mi casa, vivíamos frente a la plazuela, a ésta la rodeaban de un lado la parroquia del Sagrado Corazón, el ingenio en el otro lado y la cooperativa cañera al final; todos los días pasaba la Camelina, una mujer muy bella pero de ojos tristes, cubría la testa con una chalina de encaje negra, así le decían al velo con el que tapaba su cabeza, se asomaban algunos rizo marrones y yo la observaba con detenimiento desde mi atalaya, la punta del árbol al que me subía a leer, a soñar y por qué no decirlo a fumar, entonces no se decía que fuera dañino; la Camelina, ajena a mi estadía en lo alto, pasaba frente a mi casa, sus zapatos repiqueteaban en la banqueta, zapatos de tacón muñequita negros y lustrosos, era una mujer pulcra, de apariencia serena aunque sus grandes ojos parecían estar llenos de agua, vestía un hábito café, lo hacía para pagar una manda que prometió un día, se fajaba la vestimenta con un rosario hecho con semillas de bolitaria, a diario visitaba por la tarde la parroquia, arreglaba los altares, prendía un sinfín de veladoras y asistía fervorosa al rosario y a la misa de la tarde, le rezaba a San Judas con inflamada devoción, decían que pedía por el regreso de un amor…
Un día no volvió a repiquetear la banqueta con sus
apretados pasos, ni volvió a rezar el rosario o asistir a la misa de siete; me
preguntaba qué pasó con ella cuándo escuché decir que se había fugado con su
amor, un marinero que regresó al puerto y se la llevó… a nadie le haría falta
porque vivía sola, sin embargo yo extrañaba el sonido de su pasos… Con el
silencio de la tarde envolviendo mi atalaya supe que la Camelina era feliz para
haber dejado atrás tantas cosas y me dije “San Judas le hizo el favorcito”
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